Ilustración: Emma Günther

Tiempo de lectura: 6 min

Quiero tener una/un bebé pero no mi pareja no

Sin embargo, no nos separamos. Aquí explico por qué.

by Anonymous, y Amelie Eckersley Revisado médicamente por Talia Meer, PhD
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**Los nombres han sido cambiados**

"Me puedo ver siendo padre contigo y no es un sentimiento que haya tenido antes", me dijo mi novio Adam una noche después de traer a colación el tema de tener un bebé. Fue música para mis oídos. Esta era mi relación más larga y saludable hasta ahora. Estaba locamente enamorada y sabía que Adam podría ser un padre maravilloso.

Era una fantasía con raíces profundas: crecí en un mundo bien moldeado por las películas de Disney, las revistas para chicas adolescentes y los padres casados. Siempre asumí que un día tendría mis propias hijas/os.

Eso no quiere decir que no haya pensado en la maternidad/paternidad de forma crítica. Durante años me había cuestionado el deseo de ser madre, especialmente por el poco tiempo de que había pasado con niños/as, me preguntaba ¿cómo podía estar segura de que este deseo era algo más que los otros esperaban de mí? Cuestioné la idea que toda mujer quiere ser madre y que hay una forma especifica de ser "madre". La idea tradicional de la maternidad no se ajustaba con mi forma de ver el mundo: la idea que tenía cuando era adolescente de que me casaría a los 25 años y tendría hijos a los 30 años, me parecía una línea de tiempo irrisoria. Cumplo 30 años este año y no me siento preparada ni en términos emocionales para ser madre en un futuro cercano. ¡Y eso está más que bien! En vez de "sentar cabeza", he estado explorando el mundo, descubriendo y persiguiendo lo que quiero, tratando de averiguar que tipo de persona quiero ser (por cierto son proyectos en curso). No soy la única en este aspecto. Está bien documentado que las mujeres que tienen hijas/os en Europa y en América del Norte lo hacen cada vez más tarde (1,2).

En busca de algunas respuestas, leí libros y ensayos sobre la maternidad, vi películas y series sobre este tema y devoré todos los podcasts que pude encontrar. Cada vez que podía les preguntaba a las mujeres que son madres y son cercanas a mí como tenían balance entre su trabajo y las responsabilidades del cuidado de la casa con sus propias necesidades y sentido de sí mismas. Después de toda esta investigación y autorreflexión, el deseo que tenía desde la infancia de ser madre aún estaba ahí. Solo que ahora se sentía como algo que podía reclamar y no solo como algo que había pensado que quería. A pesar de todos los compromisos personales y los riesgos existenciales, a pesar del hecho que nunca pude desenredar mi propio deseo "auténtico" de lo que me habían enseñado explicita e implícitamente desde mi nacimiento, todavía quería ser madre. La maternidad me pareció una experiencia profundamente única e interesante, una nueva manera de relacionarse con el mundo y conmigo misma, y al final del día, tenía mucha curiosidad por ser testigo de como otro ser humano se convierte en lo que es y poder brindarle apoyo en el camino. Con el apoyo de Adam sentía que por primera vez sabía exactamente lo que quería.

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Pero él cambió de opinión.

Nunca olvidaré lo que sentí al sentarme frente a él en la mesa de la cocina de esa sombría tarde de enero cuando él me dijo que me amaba y que quería estar conmigo, pero después de estarlo pensando algún tiempo, él no quería ser padre. ¿Era el principio del fin? Yo sabía que quería hijos y no quería hacerlo sola. Pero mirando a Adam, a quién había amado por tres años, no podía evitar preguntarme si el deseo de tener hijas/os, fuerte pero también algo abstracto, estaba marcando el final de mi relación.

Él también lo sintió así. ¿Vas a dejarme ahora?, me preguntó, medio en broma y un poco nervioso. Podría ser honesta pero no definitiva. No quiero, le respondí.

Entonces él me ofreció una solución que no había considerado antes. Me preguntó si podía imaginarme continuando nuestra relación pero teniendo y criando una hija/o con alguien más. En aquel entonces no sabía qué pensar. Hasta ese momento, siempre me había imaginado a mi misma en una muy estándar estructura familiar de una mamá, un papá y las hijas/os.

Al día siguiente, pensé un poco más en la idea aunque pareciera desconocida y poco convencional. Alguien que conocía había participado recientemente en la crianza platónica. A los inicios de sus 30 años, soltera y lista para ser madre, ella fue un evento de citas rápidas para personas que querían participar en una crianza compartida. Conoció a una pareja gay y se cayeron bien. Paso un año y medio y ella dio a luz a su hijo. La ventaja de esta composición es que puede compartir la responsabilidad de la crianza con más de una persona (y no está de más que ellos sean médicos).

Me empezó a interesar más e investigué en profundidad. Aprendí que la crianza platónica está en aumento (3). Descubrí que una pareja de lesbianas de Berlín han creado un sitio web para las personas que quieren participar en una crianza compartida. En Reddit me di cuenta de que los padres divorciados pueden ofrecer algunos consejos sobre como cuidar a un infante con personas que no viven juntas.

Mientras me siento tentada a terminar este artículo con una nota de optimismo, todo es aún un trabajo en progreso. Explorar los espacios de crianza platónica ha sido emocionante, pero claro también he sentido miedo y me lleva a preguntarme como será mi camino hacia la maternidad. Me siento agradecida de tener una pareja para la que mi deseo de tener hijas/os (y tenerlos con otra persona) no es un impedimento para seguir explorando diferentes formas de ser y convertirse en madre. Lo que he llegado a entender de todo este proceso es que habrá preguntas de cualquier forma que elija sobre ser madre. Es tentador elegir un camino que me permita creer conocer sobre como terminarán las cosas. Pero reconocer que no lo voy a hacer, que nunca lo haré, por lo menos me ayuda a definir lo que quiero que pase, y luego tal vez, solo tal vez, pueda hacer realidad ese deseo.

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